AZUL
Fue
hace dos semanas, el jueves. Me acuerdo bien porque los jueves voy a la mansión
de los Guimaraes, al otro lado de la ciudad y tengo que levantarme a las 6 para
estar en hora. No entiendo porqué me piden que llegue a las 8, si realmente mi
trabajo empieza a las 10, que es cuando traen la ropa de cama para planchar. Planchar todo el día, eso es lo que hago, cosas
de la gente rica. Nosotros cambiamos las
sábanas cada semana y no se nos ocurre plancharlas ¿para qué hacerlo si igual las
vamos a arrugar?
Como
le decía, eran las cuatro de la mañana cuando Gilberto se levantó. Yo me hice
la dormida, Gilberto tiene muy mal humor cuando despierta temprano, y también
tiene la mano pesada. A través de mis
ojos entrecerrados pude ver cómo se vestía y cómo buscó esa cosa bajo la cama, era
eso que usan para hacer palanca y así cambiar las ruedas de los autos. Después Gilberto salió de la pieza, pero
regresó enseguida a buscar un pasamontañas que siempre esconde detrás de la
virgencita. Así me di cuenta de que iba a
uno de sus “bisnes”, como él les dice.
Regresó
rápido, poco antes de las 6. En cuanto
lo vi entrar supe que me convenía irme, antes de que me pidiera que le hiciera
el desayuno, así que me apresuré a tomar el bolso y salir. Pude ver que había dejado contra la pared algo
envuelto en una tela, por el tamaño y la forma supuse que se trataba de un
vidrio.
Regresé
del trabajo por la noche. Gilberto ya
estaba borracho y con hambre. La planchada
del día había sido pesada, me dolían los brazos y también las piernas. Rápidamente calenté un resto de guiso, le
serví y me acosté en silencio. Gilberto
encendió la radio y se puso a cantar, pero yo estoy tan acostumbrada que me
dormí ni bien apoyé la cabeza en la almohada.
Me desperté
antes de la madrugada, a esa hora puedo moverme libremente y pensar, mientras
preparo la comida del día. Al buscar las
zapatillas bajo la cama vi el paquete del “bisnes”. Mientras Gilberto roncaba como motor viejo,
empujé hacia mi aquel envoltorio y le quité la tela… Era un cuadro ¡un cuadro!
No me esperaba eso, en algún lugar de su gran cuerpo de negro, Gilberto tiene
un lado romántico y a veces me trae un regalo, especialmente cuando se siente
culpable. Observé el dibujo. Era el
retrato de una mujer, llevaba un vestido negro como de luto y tenía un gesto de
“te estoy observando”, no tenía más colores que el negro del vestido y el azul,
puro azul, ningún color para alegrar nuestra fea habitación. Mientras lo devolvía a su lugar me reí en
silencio. Imagínese, un cuadro tan triste colgando en esa pieza tan fea. Era cosa de risa, “cosa del negro Gilberto” me
dije.
Me
enteré el viernes por la noche, rumbo al centro comercial donde hago limpieza.
Me aburría en el autobús, cuando recordé que en la bolsa traía el periódico del
día anterior. Lo abrí, y tuve que ahogar
un grito cuando leí la noticia de portada: “Roban valiosas pinturas del Museo
de Arte de San Pablo, entre ellas: Retrato
de Suzanne Bloch de Pablo Picasso. Las
obras están valuadas en más de 50 millones de dólares y no tienen seguro. No hay pistas de los ladrones”. Casi me desmayo al ver la foto del cuadro azul
con la señora de luto, un sudor frío me subió al rostro y me aferré al
pasamanos para no resbalar del asiento. Poco
a poco me fui calmando.
Mientras
el autobús avanzaba, mi mente viajó 10 años atrás. En aquél tiempo Gilberto estaba en el penal,
había caído por robo a mano armada. Cuando lo supe pensé en abandonarlo, hacía
tiempo que quería hacerlo pero no me atrevía, ésa era mi oportunidad de
desaparecer para siempre. Pero no lo
hice. No sé porqué. ¿A usted no le ha pasado que quiere hacer algo
y lo va postergando y postergando? A mi
me pasa siempre. Siempre fui así, desde
pequeña. Aquella vez del robo le dieron
dos años, y durante todo ese tiempo Gilberto juró y volvió a jurar que nunca
más volvería a robar, que había aprendido su lección, que dejaría la bebida… La
primera noche que salió se emborrachó como nunca y estrenó un nuevo hábito:
darme una golpiza; así, porque sí. Creí
que no lo soportaría, pero me acostumbré. Igual que me acostumbré a todo siempre.
Pero
hay algo que no puedo olvidar y por eso estoy aquí hoy. Verá, hace unos años estuve embarazada. Yo siempre quise tener un hijo pero no
quedaba, así que fui al terreiro y le llevé una gallina a Yemanjá. Ella es buena y escucha el corazón de los que
sufren. Al mes estaba preñada. Me sentía tan feliz que parecía tener alas en
los pies, hasta Gilberto lo notó: “Mi negra, no sé qué tiene pero parece una
diosa”. Yo no me atrevía a decirle, pero
cuando lo vi así, tan cariñoso, le conté lo del hijo. Se enfureció y exigió que me lo quitara, hasta
ofreció pagar para que fuera a una clínica clandestina, más segura que la vieja
comadrona. No le dije nada y esa noche
me escapé a casa de una prima que vive en las afueras. Demoró dos meses en encontrarme, pero lo hizo.
Cuando apareció, yo estaba colgando ropa
en el fondo de la casa. Me asusté mucho
al verlo, pero parecía otra persona, estaba cambiado, perfumado, bien vestido. Me regaló flores y me suplicó que volviera,
mientras acariciaba mi panza y hablaba cariñosamente. Yo le creí y esa noche regresé con él. Recuerdo que me alzó en brazos para entrar en
la casa, me dejó junto a la cama, cerró la puerta, y me dio un brutal
puñetazo. Caí al piso y mientras estuve conciente
traté de proteger mi vientre. “Esto es para que entiendas que acá se hace lo
que yo digo”.
Tardé
varias semanas en recuperarme. En el hospital
me ofrecieron ayuda social, pero la rechacé. Mi bebé estaba muerto y ya no me importaba
nada, sólo vengarme.
Y
es por eso que estoy aquí comisario. Quédese con la recompensa, yo sólo quiero
ver cómo lo encierran y pierde lentamente la vida que me mató.
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