13/7/09

Lado A - Lado B / Las caras de la democracia


Hace un par de semanas me tocó votar por primera vez como mexican y aprovechando esto me pidieron un artículo para un suplemento.
Escribí este texto, sin meterme en política, sin herir las sensibilidades y sin señalar qué voté y porqué:
Voté anulado porque no les creo un carajo, a nadie, no les creo nada de nada.
En fin, acá el artículo:


La Portada

Hace ya 4 años que soy mexicana por elección. El domingo pasado desperté con una sensación de reencuentro, una sutil emoción que creía perdida en la memoria revivió y se instaló en mi, la emoción de involucrarme nuevamente con la realidad que me rodea y, desde este ínfimo espacio de ciudadana, elegir una opción y poder votar, decir "a mi me parece que..."

Y desde este lugar, desde lo que siento y veo, desde mi experiencia, les comparto mi mirada, mi vivencia de elección, tan igual y al mismo tiempo diferente al resto de las experiencias.

Hay frases que de tanto repetirse terminan considerándose verdades casi absolutas, sin que por ello sean ciertas. A mi me dijeron esta frase en Uruguay una noche estrellada de octubre de 1999, al cerrarse el escrutinio de votos y confirmar que mi candidato a la presidencia había perdido por escaso margen: "Cada pueblo tiene el gobierno que se merece". Y esa frase espetada casi como un insulto, generó en mí un sentimiento de impotencia y rebeldía. ¿Quién dice que la mayoría tiene razón? ¿Eh? ¿Y en los países que no hay democracia? ¿Y en los países que la mayoría de las personas no acceden a la educación y simplemente son engañadas con promesas obscenamente imposibles? Recuerdo que entonces me hice muchas preguntas sin llegar a una conclusión definitiva. Han pasado muchos años, soy ciudadana en otro país y aquella frase, como un mal consuelo, sigue repicando cada vez que participo en una elección, pierda o gane mi candidato.

Primero está el tema de la democracia. Y antes de continuar quiero aclarar, como Facundo Cabral, que sólo soy una ciudadana del mundo. Recuerdo que cuando en la escuela primaria me explicaron qué era eso de la democracia, mi país vivía una feroz dictadura militar. En aquél entonces la democracia era lo máximo, la amiga perdida, la mejor aliada para el ejercicio de la libertad. El voto secreto era una maravilla ejercida por los ciudadanos; olvidando con generosidad que sólo desde hacía pocas décadas las mujeres habían sido habilitadas para votar, entre otras "pequeñas" paradojas.

Actualmente ya no considero a la democracia como el mejor sistema, y confieso que no sé cuál es el mejor sistema; la democracia para mi ha pasado a ser "el menos peor", lo cual es triste pero, como dijera mi abuelo, "es lo que hay". Y como es lo mejorcito que hay en la vuelta, uno pretende que funcione de la mejor manera posible, que todos participen y se expresen sin coacciones, que el voto sea realmente secreto y que haya candidatos serios a los que elegir, candidatos que se ganen la confianza de su electorado y que cumplan sus promesas, etc. etc.

Lado A

Las elecciones nacionales pasadas me encontraron con "la ñata (nariz) contra el vidrio", mirándolas de perfil, sin opción de hacer nada, sólo mirar, escuchar. Y así fue como me enfrenté por primera vez con los siguientes conceptos: ¿Votos perdidos? ¿¡Urnas embarazadas!? ¿Es esto posible? Es cierto que nunca se confirmó nada, pero el sólo hecho de que se pusiera en tela de juicio el conteo fue suficiente para que yo comenzara a descreer en la tan mentada democracia, cosa que no me había sucedido en mi país natal, dictadura incluida. Y aquí encontramos el primer contraste, en México la democracia institucionalizada no tiene buena imagen y no es garantía de que tu voto será justamente considerado.

Faltaba un mes para las elecciones cuando comenzaron a caer. Primero me abordaron en la calle, alguien del Pan pretendía que votara por su partido.
- Perdón siñoritau, mi nou enthender...- Sé que fue una salida fácil, pero fue lo único que se me ocurrió decir frente a esa chava que, cual novel mormón, pretendía perseguirme hasta que le asegurara mi simpatía por su candidato.
Luego llegó la carta, la señora Beatriz Paredes me saludaba amablemente y me invitaba a checar las virtudes de su gallo para mi delegación. ¿Y quién le dio mi nombre a la tal señora? ¿Cómo sabe mi dirección? Conozco bien las prácticas publicitarias con las cuales se compran bases de datos para promocionar un producto, pero esto no fue en desmedro de mi asombro, el cual aumentó al siguiente día cuando recibí otra carta, esta vez del Seguro Social, en la que me explicaban que gracias a la gestión del Presidente Calderón mi jubilación sería sustancialmente más nutrida...gracias por hacer su chamba señor presidente, los futuros pensionistas lo recordarán en sus oraciones y, con algo de suerte, quizá voten por su partido. Ni el mero día de las elecciones pude escapar, ya que recibí dos llamados telefónicos, el primero de parte de un joven muy correcto, que dijo hablar en nombre del IFE y el segundo una grabación que, sin decir "agua va", me espetó que qué esperaba para salir de casa a votar, cosa que me asombró mucho porque efectivamente yo ¡aún no había votado! Antes de recibir una tercera llamada, tercera, y temiendo que esta vez me amenazaran con quitarme la ciudadanía si no concurría, me dirigí, credencial de elector en mano, a la dirección designada para emitir mi voto.


Lado B

Todo tenía el color de la novedad para mí. Encontrar el lugar fue sencillo, también lo fue hacer la fila y entregar mi credencial; en realidad todo fue extremadamente sencillo y rápido.
Sin embargo salí del lugar con cierta desazón. ¿Dónde quedó el cuarto secreto? Aquella habitación sola y cerrada en la que imperaba el silencio y donde uno se enfrentaba a todas las listas ¿Y el sobre para introducir mi voto? ¿Y qué fue de aquella urna sólida, de madera, cerrada a cal y canto con un fuerte candado?
Esta vez el procedimiento fue diferente. En primer lugar me entregaron dos listas, luego busqué dónde dirigirme hasta que en medio del patio topé con una "mesa" doble faz de plástico, rodeada con una especie de mampara también de plástico y con una media cortina del mismo material en cuyo exterior pude leer: Cuarto Secreto;
"entré" como pude allí, coloqué mis dos listas sobre la "mesa" y señalé mi elección en las dos papeletas, luego las doblé en cuatro y ahí me di cuenta que no me habían dado ningún sobre para resguardar mi voto. Entonces salí, votos en mano, en busca de la urna. Unos metros más adelante encontré una caja de plástico transparente sellada con cinta adhesiva, deduje que era la urna y allí introduje mis papeletas, confiando en mi suerte para que no se desdoblaran en el proceso y mi voto secreto dejara de serlo.
No es para tanto, me dije, al fin y al cabo el sistema funciona. ¿Funciona? ¿Y qué pasa con la percepción? ¿Qué percepción genera en la población estos materiales, esta ambigüedad de términos en la que un cuarto secreto ni es un cuarto ni es secreto? ¿Estas urnas "inembarazables" de material plástico semi-rígido selladas con cinta?
Entonces, a la multiplicidad de razones por las cuales la ciudadanía no concurre a votar yo le añado esta, que puede parecer nimia: el sistema despierta más desconfianza que confianza, todo se ve demasiado endeble y poco sólido. De hecho, el simple tropiezo de un ciudadano distraído sería suficiente para desbaratar una urna, convirtiéndola en un almohadón amorfo.

La Contratapa

Hay muchas cosas que cambiar, unas más prioritarias que otras. Pero yo agradecería mucho si el IFE, en vez de gastar sus dineros en llamarme personalmente para invitarme a votar, invirtiera un poco más en infraestructura, para que así la distancia entre SER y PARECER fuera un poco, tan sólo un poco, menos profunda.

2/7/09

Las familias

No sé mucho de mi familia paterna, tengo un apellido alemán medio difícil y escaso, especialmente en Uruguay.
En estos años de internet dos o tres "familiares" de argentina han caído en mi mail, escribiéndome por distintos motivos. Por estos aterrizajes he ido averiguando varias cosas, por ejemplo, que el nombre Eduardo (el nombre de mi viejo) se repite abundante del otro lao del charco y que la influencia germana pesa mal (bueno, al menos eso es lo que interpreto yo) ya que la mayoría son milicos, son mormones...o se van pal otro extremo y son alcohólicos y/o artistas.
Para quienes creen en las constelaciones: creo que en el apellido paterno de mi familia, en los emigrados a sudamérica, hay un problema de rigidez, una necesidad de marco normativo sin el cual parece que se van al carajo. Y mi viejo fue un claro ejemplo de cómo irse al carajo.
Ahora me pregunto cuál será el sino de mi familia materna...capaz es más fácil de ver cuando uno está prácticamente por fuera y por eso no me sale con respecto a la familia de mi vieja.
Cosas que pasan por mi cabeza de vez en cuando.