22/1/13

La herencia




Es una maravillosa tarde de primavera. El brillo del sol se refleja en los cerros y el viento agita con fuerza la ropa blanca que Laura acaba de colgar. La cuerda nace a pocos metros de la cabaña y muere casi sobre el despeñadero. Allí es donde ella suele descansar cuando termina y con sus pies colgando hacia el abismo se dedica a contemplar la imponencia del paisaje  
Pero hoy no se detiene, antes de que anochezca debe terminar todas las tareas, esas que habitualmente comparte con su hermana.
¿Y porqué ella y no yo, eh? – Se dice Laura estirando los brazos para alcanzar la cuerda – ¿Ella es más linda? No, no es más linda que yo. ¿Cocina mejor que yo? tampoco. ¿Y cosiendo? ¿Y lavando la ropa? – Laura mira las prendas blancas que acaba de colgar – Hoy no le tocó lavar y mira la ropa: ¡resplandece como nunca! – Se lleva a la boca los nudillos lastimados, retira la mano y le grita al viento – Nadie hace las cosas mejor que yo, ¡nadie! – Laura llega al final de la cuerda y enfrenta al precipicio con el puño en alto, el rostro rojo de furia – ¡Yo nací primero, tengo 14 años, soy yo la que debe casarse! – Entonces toma el cesto y regresa a la cabaña, refunfuñando – Y el anillo de la abuela es mío, ella me lo regaló. –
Laura entra, deja el canasto sobre la mesa y va al rincón donde su madre guarda los tesoros más preciados de la casa: un amarillento tocado de novia, un peine de nácar al que le falta un diente, un trozo de hilo de seda y un anillo con una piedra: la más bonita piedra color verde que Laura jamás haya visto.

– Ven Laura– Llamó la abuela – mira este anillo ¿te gusta?
Laura se acercó temerosa a la cabecera, donde su abuela moribunda parecía querer mostrarle algo. Y ahí, en los huesudos dedos de la anciana, Laura vio resplandecer el maravilloso verde del anillo.
– Me gusta mucho ¿qué piedra es?
– No sé su nombre, un viejo hechicero se lo vendió a mi abuelo hace muchos años y desde entonces ha sido parte de nuestra dote. Pero no es una piedra cualquiera– acercó los labios al oído de la niña – es una piedra mágica. – susurró.
– ¿Mágica? ¿Y cómo funciona?
– Tú usas el anillo y cuando él te conoce y te haces su dueña, entonces, y solo entones, el anillo te concede un deseo.
– ¿Sólo uno?
–¿Acaso tienes más deseos? Si quieres tener un deseo muy deseable, tiene que ser uno y sólo uno. Por eso debes ser muy clara y pensarlo bien. Prométeme que vas a pensarlo bien.
– Prometido abuela, cuando el anillo sea mío y yo sea su dueña voy a pensar muy bien mi deseo.
– Y prométeme que no le dirás a nadie más nuestro secreto.

Laura sale de la casa y se sienta al borde del despeñadero. Por un instante la distrae el juego de luces y sombras del sol sobre los cerros lejanos, entonces extiende la mano a contraluz y la piedra verde brilla como nunca en su dedo regordete, de nudillos lastimados.
– Este anillo es mío, me lo regalaron a mi – musita mientras torpemente intenta retirarlo de su dedo. – ¡El anillo es mío y siempre va a ser mío! – exclama al tiempo que éste se zafa y cae sobre una roca, un metro más abajo. Boca abajo, con los brazos asomando sobre el precipicio, Laura se estira al máximo, casi puede tocarlo, casi lo toca…pero el anillo se le resbala. Entonces vuelve a acomodarse, un poco más, apenas un centímetro…
–¡Lo tengo! – grita feliz y se pone de pie rápidamente, tan rápido que se golpea la cabeza con el palo que sostiene la cuerda de la ropa, se marea y cae finalmente al abismo.

MaGa
/8/12

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